Presentación de un libro
PRESENTACION NOVELA DE JOSE IGNACIO LARRAZ (José Angel
Aznar Galve)
El pasado 7 de noviembre se presentó en el Salón de Actos de la Casa de Cultura de Andorra la novela “Initium sancti evangelii” de José Ignacio Larraz . El acto fue organizado por la Biblioteca Pública y se contó, además de con la presencia del autor, con la de su amigo José Luis de Arce (miembro fundador de la asociación aragonesa de Amigos del Libro).
José Ignacio Larraz nació en 1943
y se educó en un colegio religioso de Zaragoza. Guarda desde siempre lazos
afectivos con Andorra, donde residió
algún tiempo con su familia, ya que su padre trabajaba en la empresa
Calvo Sotelo. Es asiduo colaborador de CIERZO donde publica alguno de sus
relatos cortos.
Fue José Luis de Arce quién tras
una breve semblanza de José Ignacio dio unas pinceladas personales sobre la
novela; en su opinión, se trata de una obra de madurez realizada
desde el conocimiento de la vida, rebosante de imaginación y capacidad de
fabulación. Un libro en el que se encuentra historia, amor, costumbrismo, aventuras, una reflexión
en profundidad de la condición humana.
A continuación tomó la palabra el
autor leyendo a los asistentes el siguiente texto:
“ Todo empezó cuando hace algunos años, un
amigo, trágicamente fallecido, al leer uno de mis informes técnicos de cuando
era perito judicial, me dijo:
—¿Sabes que escribes muy bien?
Lo grave del caso es que me lo creí y ahí
empezó todo. Como técnico municipal que fui en un pueblo, cuyo nombre no diré,
tenía que hacer numerosos informes para que los leyeran los políticos, profanos
en cuestiones técnicas, así que tenía que explicar cosas, a veces muy
enrevesadas, de forma muy detallada, para que la entendieran a la primera, a la
segunda o a la tercera va la vencida. Esto ha marcado mucho mi forma de
escribir, porque continuamente me estoy poniendo en la
piel del lector al que debo contarle mi historia de forma muy clara, y de paso,
tenerlo siempre sobre ascuas, esperando que ocurra algo, casi siempre
inesperado. Dicen los que me han leído, no sé si será verdad, que mis libros se
leen de un tirón, cosa harto difícil, porque tengo alguno que otro de
considerable grosor. No es el caso de éste, porque tiene un tamaño medio y si
eres un lector voraz, te lo puedes merendar en dos o tres días, o si lo haces
con más sosiego, te puede durar una semana.
No esperéis leer una joya literaria, tampoco
veréis malabarismos sintácticos ni pretenciosas palabras de esas que hasta los
más ilustrados tiene que echar mano de un diccionario. Yo soy un simple
contador de historias; escribo lo que mi mente imagina en cada momento,
describiendo ese teatrillo que llevamos en la cabeza los que nos ha tocado esa
lotería que se llama imaginación y que está alimentada por nuestras propias
experiencias, las de los demás y nuestras fantasías. Claro, que con eso solo,
no se puede escribir nada interesante, si no va acompañado del enriquecedor
placer que mejor puede satisfacer a nuestra mente: La lectura.
Uno de mis recuerdos más lejanos en el tiempo,
nada más aprender las primeras letras, fue cuando mi madre, toda hueca, me hizo
leer en el mercado donde la acompañaba, una hoja de periódico de aquellas que
se usaban cuando todavía no se habían inventado las odiosas bolsas de plástico,
que tantos quebraderos de cabeza nos están dando. El público que asistía a la
representación quedó tan asombrado, que llovieron sobre mí los más variados
obsequios: dos cerezas, una fina loncha de mortadela y una zanahoria con la que
cocinó mi madre un puré, que por cierto, estaba absolutamente asqueroso.
Desde aquel momento, todo papel que caía en
mis manos era leído en su totalidad, aunque no entendiera lo que pretendía
transmitir. De los cuentos y los tebeos pasé directamente a los libros,
apropiados para mi edad, que me compraba mi padre, pero mi voracidad lectora
era tal, que pasé directamente a la bien provista biblioteca paterna, en la que
entré a saco, aunque por aquel entonces, la literatura española no pasaba
precisamente por su mejor momento, así que tuve que conformarme con los grandes
creadores de antes de la guerra. Recuerdo que un verano tuve la humorada de
echarme al cuerpo la HISTORIA DE LOS HETERODOXOS ESPAÑOLES, de don Marcelino
Meléndez y Pelayo. Jamás en mi vida he leído un bodrio de tal calibre.
Este bagaje de conocimientos ajenos o de
historias inventadas por otros son una de las bases para poder escribir cosas
interesantes, verdaderas o falsas, pero que entretengan al lector, propósito de
quien escribe. Qué cosa más triste es cuando cae en tus manos un libro, del que
empiezas a pasar páginas y no ves mas que insulsas conversaciones, personajes,
grises o aburridos o sucesos cotidianos que sólo interesan a quien es
protagonista de ellos. Antes, jamás dejaba un libro sin terminar, aunque fuera
el peor somnífero del mundo, sin embargo, ahora actúo sin compasión, y si la
primera docena de páginas no me engancha, se va directamente al cementerio de
la mediocridad, donde se van apilando, hasta que mi santa esposa me dice: los
libros o yo.
Entonces, es cuando viene la dolorosa tarea de
llenar de libros el carro de la compra y hacer una docena de viajes hasta la
biblioteca, que la tengo al lado de casa, porque mi religión no me permite
tirar un libro a la basura. Que los manden ellos al trapero, si ya no les
caben.
Y ahora voy a dejar de hablar de mí, porque lo
verdaderamente importante son los personajes de mis libros, mis hijos
literarios, a los que durante un largo y penoso parto, les tengo que poner
nombre, una cara, un cuerpo, una mente y una vida, normalmente llena de
sobresaltos y aventuras, hasta que crecen, se escapan a mi control y ya no
puedo dominarlos, porque cuando más vas avanzado en la historia, menos margen
te queda para cambiar sus vidas y más afecto les vas cogiendo. No sé si será porque
me estoy haciendo mayor, que no viejo, pero los sentimientos están cada día más
a flor de piel. Debo confesaros que, releyendo escenas de alto contenido
emotivo, he cogido tal cariño a mi personaje, que he llegado a emocionarme.
Esta historia que podréis leer, cuenta la vida
y milagros de una familia que huye del hambre en un pueblo de Aragón, a
principios del siglo pasado y consigue salir adelante trabajando con mucho
tesón en circunstancias muy difíciles. El eje de la historia se desarrolla en
el escenario de ese conflicto que desgarró este país hace no demasiado tiempo,
pero no temáis, porque hay ni buenos ni malos, ni combates, ni nada que
encienda la sangre, porque no se trata de eso. Es una historia de amor entre
María José, a la que adoro, una enfermera de buena familia y nuestro Basilio,
seminarista a punto de ordenarse y flamante alférez de sanidad. Mucho amor,
mucha aventura trepidante, muchas sorpresas y nada de sexo explícito, porque ni
puñetera falta que hace”.
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